martes, 26 de junio de 2007

Las playas de Calblanque.

Hace 3 ó 4 años un grupo de amigos decidimos alquilar un apartamento para pasar allí la semana que iba desde Nochevieja hasta Reyes. Lo pensamos demasiado tarde, de modo que no pudimos elegir destino y acabamos en la Manga del Mar Menor. No voy a negar que es un sitio bonito y que debe ser “excesivamente” animado durante el verano, pero lo cierto es que en invierno es una ciudad solitaria y triste: tiendas cerradas, nadie por las calles… en definitiva, no encontramos ningún bar, cafetería, garito (nos daba igual lo que fuera) que estuviera abierto más allá de las diez de la noche al que ir a tomarnos unas copas.

De modo que, cuando los ambientes urbanos fallan y el ambiente de fiesta no tiene cabida fuera de las cuatro paredes de un apartamento de playa, hay que buscar el modo de no aburrirse; así que nos dedicamos a recorrer el litoral murciano. Y lo cierto es que es precioso, a pesar de responder a un plan de urbanismo que no ha tenido en cuenta la agresión a la naturaleza que supone; de hecho, es casi imposible imaginar cuál era el estado de esas playas antes de la llegada de los edificios setenteros que las invaden.

Un compañero de trabajo me había dicho que no podía dejar de visitar las playas de Calblanque, así que decidimos buscarlas. Encontrar el camino que da acceso a este lugar fue una odisea: se accede a la Manga a través de una vía rápida y en ella está el cartelito que marca el camino, pero no lo veremos si salimos de la ciudad, porque sólo está colocado en el carril de acceso. Cuando por fin encontramos el dichoso cartel, entramos en un camino de tierra que parecía no llevar a ninguna parte; pero nos llevó hasta un aparcamiento. Dejamos allí el coche y comenzamos a andar por uno de esos caminitos de tablas que ahora se colocan en todas las playas, pero lo cierto es que no veíamos el mar. De repente lo vimos, y todos nos quedamos con la boca abierta. Era un lugar maravilloso: unas playas vírgenes que, inexplicablemente, se han salvado de la invasión del ladrillo y del turista. Y en ese momento, solos en aquella playa, nos sentíamos como si hubiéramos descubierto un lugar secreto e inexplorado, como si fuéramos los primeros en pisar esa arena, en sentir ese sol, en oler el salitre del mar… Disfrutamos muchísimo de esa mañana de playa en un caluroso día de diciembre, y nos prometimos que volveríamos en verano, con más tiempo y más calor, para vivir ese lugar con la tranquilidad del turista estival.

El año pasado, de vuelta a casa tras pasar un fin de semana de junio en Almería, decidimos enseñar a nuestros acompañantes las playas de Calblanque. Así que nos desviamos de nuestro camino para pasar por allí, fue entonces cuando nos dimos cuenta de que ese idílico lugar que creíamos escondido y desconocido para los demás, era una playa nudista repleta de gente. Y es que, ¡ya no quedan rincones secretos…! pero, por lo menos sí poco conocidos; de modo que, os animo a visitar, desnudos o vestidos, en invierno o en verano, una de las pocas playas vírgenes que quedan en el Levante español.


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