viernes, 14 de mayo de 2010

Millenium, Stieg Larsson.

Debo de ser de las pocas personas que todavía no habían leído a Stieg Larsson y, si no lo había hecho hasta ahora, desde luego que no era por falta de recomendaciones. Recuerdo perfectamente a mi compañera M. José contándonos lo enganchadísima que estaba a Los hombres que no amaban a las mujeres cuando apenas nadie en España hablaba de esa novela. M. José lo lee todo, a mí me encanta regalar libros, pero a ella nunca le regalaría uno, pienses lo que pienses ella lo tiene o lo ha leído. Unos meses después empecé a oír hablar mucho de esta novela, otra compañera nos contaba en el recreo mientras nos fumábamos un cigarro en la puerta del instituto, que había empezado la novela a las cuatro de la tarde tumbada en su terraza y que se había levantado del asiento a las tres de la mañana. Ante tanta recomendación, no cabía otra posibilidad más que leer la primera novela de una trilogía de la que ya estaba a la venta la segunda parte. Así que lo empecé y a las 20 páginas lo dejé totalmente aburrida. En otros momentos de mi vida he sido incapaz de no acabar un libro, aunque no me gustase nada. Ahora le concedo 20 páginas y si no me enganchan, los dejo, hay millones de obras interesantísimas que leer. Pasaron unos meses y yo no daba crédito a tan buena opinión sobre estas novelas, me hablaban de ellas personas que habitualmente no leen y que confesaban haberse enganchado completamente a la historia de Larsson, así que decidí comenzarla de nuevo. Llegué hasta la página 30, la dejé en la estantería y ahí se quedó durante meses. Hace 4 ó 5 semanas, Fran dormía y decidí ordenar un poquito el dormitorio. Recogí los libros que seguían fuera de su estantería y entre ellos me encontré con de nuevo con él. Lo cogí y lo empecé a hojear. Todavía tenía en la página 30 el papelito que marcaba que me había quedado por allí, lo quité y comencé a leer. Hace 2 semanas acabé La reina en el palacio de las corrientes de aire, el último tomo de la trilogía. Llevaba tiempo sin engancharme tanto a un libro. Salander me conquistó, necesitaba saber de ella y cómo acabaría su historia. Me parece un personaje fascinante. Uno de esos personajes a los que cualquier autor querría crear.
Reconozco que no soy una lectora asidua de novela negra. No me gusta demasiado el género, supongo que será por el enorme desconocimiento que tengo de él. Sin embargo estas novelas me han parecido cautivadoras y adictivas. Añade morbo a esta trilogía la historia de su autor: un periodista de una revista gran conocedor de la extrema derecha suecaal que le encantaba la novela negra y que falleció sin ver sus títulos publicados.
Los hombres que no amaban a las mujeres me presentó al típico periodista inteligente, guaperas y rodeado de mujeres Mikael Blomskvist, y me atrapó con la complicada personalidad de Lisbeth Salander. Además de hacerme reflexionar sobre el hecho de que haya tantas mujeres víctimas de violencia por parte de hombres, generalmente por aquellos hombres que la rodean y que deberían protegerla de cualquier sufrimiento.
La chica que soñaba con un bidón de gasolina y una cerilla ha sido la que más me ha gustado. Es aquí donde realmente conocí a esa mujer atrapada en un cuerpo de adolescente, y es aquí donde realmente comprendí su forma de ser y de actuar.
La reina en el palacio de las corrientes de aire ha sido el que menos me ha gutado, a pesar de eso lo leí en tan solo una semana. Creo que es el menos logrado y que le sobran 100 páginas, las explicaciones sobre la organización legal y constitucional de Suecia se podrían haber resuelto en menos páginas.
Recomiendo fervientemente la lectura de estas tres novelas que te envuelven en una trama que no deja de sorprenderte y que te hacen conocer de Suecia algo más que las tiendas Ikea.

miércoles, 24 de marzo de 2010

El club de las malas madres, Lucía Etxebarria y Goyo Bustos.

Soy una mala madre, lo sé desde antes de serlo y sé, además, que nunca seré una buena madre, una madre perfecta, una madre del gusto de todos. Cuando estaba embarazada vivía rodeada de matrones y matronas que me hablaban de las sensaciones que debía tener por el hecho de esperar un hijo. Yo debo de ser de espíritu maternal tardío, porque todas esas vivencias que insistentemente oía que debía tener, las experimenté cuando tuve a Fran en brazos, pero no antes. Cuando nació Fran aparecieron a mi alrededor miles de pediatras que, ahora que estamos dejando el pecho, discuten sobre si es el momento de hacerlo o no, sobre si hay que dar fruta natural o potitos, sobre qué marca de papillas de cereales es la mejor... Y, aunque a veces me deje llevar por todo este séquito de sanitarios que me acompañan, lo cierto es que mi chico y yo hemos aprendido a hacer sólo aquello que nos haga sentir bien con nosotros mismos y con nuestro bebé. Nunca llueve a gusto de todos y una nunca es una buena madre de cara a los demás.
Bueno, pues este sentir de muchas de nosotras, que nos vemos desbordadas por la casa, el trabajo, los niños..., es analizado por Lucía Etxebarria y por Goyo Bustos en un entretenido libro titulado El club de las malas madres. Se trata de una divertida obra en la que una madre y un maestro nos explican que nadie es perfecto porque la perfección no existe, pero que eso no significa que no hagamos las cosas con el mayor de los respetos, con el amor más profundo y con la generosidad que debe implicar ser padres.
Soy madre y soy profesora, así que era inevitable que un libro así me enganchase. Me he sentido muy identificada con todo lo que en él se afirma sobre el modo en el que se debe tratar a un niño. Cuando empecé a dar clase, leí algunos de esos libros en los que te explican cómo debes comportarte y qué debes hacer para ganarte el respeto de tus alumnos. Me parecieron profundamente aburridos y, sobre todo, escritos por personas que jamás habían entrado a un aula de Secundaria, se olvidaban de algo importantísimo: los chicos merecen el mismo respeto que tú les pides a ellos para ti. Los profesores no somos dioses a los que venerar, somos personas con las que empatizar. Nuestro deber es transmitir conocimientos, pero también formar a las personas que regirán el mundo el día de mañana. Nos apremian los temarios y la necesidad de cumplir un currículo establecido, pero hay que buscar tiempo para tratar cualquier tema que a ellos les interese.
Supongo que fue la experiencia con estos libros la que me llevó a no leer ningún libro de parenting cuando me quedé embarazada. En mi estantería sólo tengo dos libros sobre la educación de los niños: uno de estimulación mediante el juego y otro (perdón por haber caído en esta tentación) de Supernanny. Esto no significa que no compre alguno más ni que no haya oído hablar o haya leído algún que otro artículo sobre las formas más apropiadas de educar a un niño, vamos, que conozco las teorías del colecho o del famoso doctor Estivill. Pero creo que cada niño es un mundo y que, entre dejarlo llorar hasta que se aburra y tenerlo toda la noche en tu cama, hay un amplio término medio.
Pero vayamos al libro: Me parece una lectura muy interesante porque parte del sentido común. Está escrito de una forma muy didáctica y muy entretenida, con un lenguaje sencillo y una prosa muy inteligente. Resulta muy curiosa la contraposición de dos puntos de vista, en ocasiones cercanos y en otras lejanos, el de la madre y el del maestro. Creo que es un buen libro de cabecera al que recurrir cuando las obligaciones del día a día te hacer perder el norte.
Sin embargo, en ocasiones resulta un poco redundante. Me explico: Casi todos los capítulos tienen la misma estructura: se expone algo que luego se ejemplifica. Posteriormente se analiza lo expuesto a partir de la anécdota que ha servido de ejemplo. Y, finalmente, se dan dos listados, uno con lo que se debe hacer y otro con lo que no se debe hacer. Estos listados se hacen un poquito pesado porque en ellos, la mayoría de las veces, se repite lo mismo que antes se había dicho. Además, al final de la obra se hacen excesivamente frecuentes estas enumeraciones, lo que hace que la lectura sea más lenta, más pesada y, por lo tanto, más aburrida.
A pesar de esto, el libro me ha gustado. Me han parecido especialmente interesantes los capítulos dedicados al fomento de la lectura (estoy harta de ver a chicos de 17 años que no saben leer) y a los abusos sexuales (algo que está tan cerca de nosotros pero tan sileciado). Me quedo con la esencia de la obra: para educar a un niño hacer falta amor, respeto, seguridad y dedicación. Es decir, debemos demostrar a nuestros hijos lo mucho que los queremos dedicándoles todo el tiempo que podamos, darles un ambiente en el que se sientan seguros y tratarlos tal y como queremos que ellos nos traten a nosotros y, cuando crezcan, traten a los demás.

jueves, 11 de marzo de 2010

¡Cómo te quiero!

Noche cerrada. Prisionera de su esfera de silencio y armonía, dormía ajena a aquello que no fuera tranquilidad y descanso.
-Las cuatro y cuarto. Otra vez.
Lo cogió y lo acercó a su pecho. No lo miró. Cerró los ojos y dormitó en silencio, dejándose mecer por las abrazadoras redes del duermevela.
-Las cuatro y media. Ya está.
Lo dejó y lo arropó. Lo miró. Él sonrió.
- ¡Cómo te quiero! Buenas noches, mi amor.
Con la ternura en su piel, volvió a la cama. Tumbada, con los ojos abiertos, se emocionó al pensar en la grandeza de la belleza de aquella sonrisa.

jueves, 25 de febrero de 2010

Anatomía de un instante, Javier Cercas.

Anteayer no vi la televisión, así que me perdí la imagen que todos los 23 de febrero aparece en todos los informativos: Tejero pegando tiros a su entrada en el Congreso de los Diputados el 23 de febrero de 1981. ¿Qué hacíais ese día? Esa es la pregunta que todos se hacen cuando ven a los diputados escondidos bajo sus escaños, a Suárez y a Carrillo sentados con cara de asombro y a un señor mayor que se encara a unos guardias civiles que disparan al aire.
Yo no tenía todavía 4 años, pero me acuerdo perfectamente: Mi madre estaba embarazada de mi hermana y yo estaba con ella en una tienda de decoración y menaje. La radio estaba puesta. Yo no entendía nada, pero recuerdo la barrigota de mi madre y la de la dueña, que también estaba embarazada, y sus caras de susto. Con el tiempo entendí el gesto de las dos: el marido de la dependienta era un militante del Partido Comunista conocidísimo en el pueblo.
Luego, vas creciendo y oyendo cómo tu tío te cuenta que escondió todos libros de “rojos” que tenía por casa o cómo el marido de una prima negoció con el capitán de un barco pesquero su salida del país si la cosa iba a mayores. Pero, a pesar de conocer estas historias, no dejaba de sorprenderme que la gente permaneciera en sus casas, callados, escondidos, esperando un desenlace, que nadie saliera a la calle a reivindicar la libertad y la paz que poco a poco estaban consiguiendo y que aquella noche se les estaba escapando de las manos. He encontrado la respuesta a esto en mi última lectura:
"Durante la transición poca gente olvidó en España, y el recuerdo de la guerra estuvo más presente que nunca en la memoria de la clase política y de la ciudadanía; ésa es precisamente una de las razones por las que nadie o casi nadie se opuso al golpe del 23 de febrero: durante aquellos años todos deseaban evitar a cualquier precio el riego de repetir la salvaje orgía de sangre ocurrida cuarenta años atrás, y todos trasmitieron ese deseo a una clase política que era sólo su reflejo."
El fragmento pertenece a Anatomía de un instante de Javier Cercas, un documentado ensayo que analiza con toda profundidad los entresijos del golpe, las implicaciones de militares, políticos y civiles en el mismo, la función del rey y, principalmente, la actuación de Adolfo Suárez.
Yo era muy pequeña cuando ocurrió y tenía una imagen muy distorsionada de los hechos. Reconozco que, el no conocer el ambiente de crispación anterior al golpe, pensaba que los golpistas no habían sido más que un par de locos sin demasiados apoyos. Mi sorpresa ha sido descubrir que todo el mundo quería un cambio político, todos querían un golpe de estado, el problema es que cada uno quería un golpe distinto. Suárez era muy consciente de que era un político acabado y que no contaba con casi ningún apoyo, Cercas recoge una anécdota que lo muestra con mucha claridad:
"…según el propio Suárez recordó en público a la muerte del general éste le dijo tras un diálogo de postrimerías o un inventario de reveses y deserciones: “Dime la verdad, presidente: aparte del Rey, de ti y de mí, ¿hay alguien que esté con nosotros?”"
Gutiérrez Mellado, pues ese era el general al que se refiere Cercas, no sabía que ni siquiera el Rey estaba con ellos. Él, como todos los políticos, todos los periodistas, todos los militares y todos los civiles, hablaban de la posibilidad de un gobierno de unidad liderado por un militar y compuesto por políticos de todos los partidos que solucionaran la pésima situación de España. Todos excepto Carrillo, que nunca entró en este juego de especulaciones.
Unos cuantos militares, enredados por la verborrea del que había sido Jefe de la Casa Real, el General Armada, pusieron en marcha aquello que todo el mundo esperaba, el cambio. La imagen que todos tenemos del golpe es la entrada al hemiciclo de Tejero, que de tanto ver ridiculizado en botijos, consideramos un loco que se fue allí con su pistola y sin muchos más apoyos que los pocos guardias civiles que lo acompañaban, pero…
"… Tejero no era en absoluto un chiflado de verbena (…) era un idealista dispuesto a convertir en realidad sus ideales, dispuesto a mantener a cualquier precio la lealtad a quienes consideraba los suyos, dispuesto a imponer el bien y a eliminar el mal por la fuerza (…)Si Tejero hubiese sido un enajenado no hubiera preparado durante meses y llevado a cabo con éxito una operación tan compleja y peligrosa como la toma del Congreso, no hubiera conseguido mantener el control casi absoluto que mantuvo del secuestro durante las diecisiete horas y media que duró, no hubiera sabido jugar sus bazas ni hubiera maniobrado para conseguir sus objetivos con la serena racionalidad con que lo hizo; si hubiera sido un enajenado, si hubiera llevado su locura hasta el final, tal vez el secuestro del Congreso hubiera acabado con una degollina y no con la negociación con la que acabó una vez que tuvo la certeza de que el golpe había fracasado."
Suárez era un político que ya había cumplido el papel que el Rey deseaba, pero su ambición de poder le hizo presentarse a unas elecciones políticas, posiblemente porque deseaba saber que podía ser un presidente legitimado por el pueblo y no puesto a dedo por el monarca. Pero tras ganarlas su política llevó al país a una situación desesperada en lo económico y en lo social. Fijaos en las palabras de Cercas:
"Fue Fernández Miranda quien (…) convenció al Rey de que al menos para sus propósitos de entonces aquellas características personales de Suárez no eran defectos sino virtudes: necesitaban a un chisgarabís servicial y ambicioso porque su servilismo y su ambición garantizaban una lealtad absoluta, y porque su falta de relevancia y de proyecto político definido o de ideas propias garantizaban que aplicaría sin desviarse las que ellos le dictaran y que, una vez realizada su misión, podrían prescindir de él tras agradecerle los servicios prestados; necesitaban a un gallito falangista con su temple porque sólo un gallito falangista con su temple, joven, duro, rápido, flexible, decidido y correoso, sería capaz de aguantar primero las embestidas feroces de los falangistas y los militares y de mantenerlos a raya después; necesitaban a un tipo simpático porque debería seducir a medio mundo y a un tipo trapacero porque debería embaucar al otro medio."
Y el Rey acertó en su elección, porque Suárez se ganó todos los apoyos posibles para llevar a cabo la transición a la democracia. El golpe de estado le hizo abandonar la política durante unos meses y, cuando todo el mundo pensaba que ya había desaparecido del panorama político, unos meses antes de las elecciones reapareció con un nuevo partido político, el CDS. Ahora contaba con la serenidad de saber lo que es el poder, con el conocimiento de los entresijos de la democracia y con unos ideales políticos que poco a poco había ido fraguando. Pero no convenció, los votantes consideraron que su papel en la historia ya estaba acabado y el partido terminó por desaparecer.
En los años 90 comenzó una especie de mitificación de la transición y de todos aquellos que intervinieron en ella, entre ellos la de Adolfo Suárez. En estos momentos atravesaba una situación personal difícil, su hija y su mujer pasaron por largas enfermedades que las llevaron a la muerte…
"… Y fue justo entonces cuando ocurrió. Fue justo entonces, en el momento quizá más oscuro de su vida, cuando llegó lo inevitable, el anhelado reconocimiento público, la oportunidad de que todos le agradecerían el sacrificio de su honor y su conciencia por el país, el humillante aquelarre nacional de la compasión, era el gran hombre abatido por la desgracia y ya no molestaba a nadie ni podía hacerle sombra a nadie ni volvería jamás a la política y podía ser usado por unos y por otros y convertido en el perfecto paladín de la concordia, en el as invicto de la reconciliación, en el hacedor sin mácula del cambio democrático, en una estatua viviente apta para escudarse tras ella y asear conciencias y calzar instituciones tambaleantes y exhibir sin pudor la satisfacción del país con su pasado inmediato y organizar escenas wagnerianas de gratitud con el prócer caído, empezaron a lloverle homenajes, galardones, distinciones honoríficas, recuperó la amistad con el Rey, la confianza de sus sucesores en la presidencia del gobierno, el favor popular, consiguió todo lo que había deseado y previsto aunque todo fuese un poco falso y forzado y apresurado y sobre todo tardío, porque para entonces él ya se estaba yendo o se había ido y apenas alcanzaba a contemplar su desplome personal sin entenderlo demasiado y a mendigar de quien se cruzaba en su camino una oración por su mujer y por su hija."
El 23 de febrero de 1981 se celebraba en el Congreso la votación que haría presidente del gobierno a Leopoldo Calvo Sotelo. Suárez, ante la posibilidad de salir del hemiciclo como consecuencia de una moción de censura de los socialistas, dimitió de su cargo meses antes. Calvo Sotelo es, para mí, el gran desconocido, apenas puedo decir nada de él ni de su breve período al frente del país, pero gracias a Cercas he descubierto algunas cosas:
"El golpe de estado, se ha dicho a menudo, fue la vacuna más eficaz contra otro golpe de estado, y es cierto: tras el 23 de febrero el gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo invirtió billones en modernizar las Fuerzas Armadas y realizó una purga en profundidad (…) y, aunque después de 1981 hubo todavía varios intentos de rebelión militar, lo cierto es que fueron organizados por una minoría cada vez más excéntrica y aislada, porque el 23 de febrero no sólo desacreditó a los golpistas ante la sociedad, sino también ante sus propios compañeros de armas, precipitando de esa forma el final d e una tradición de dos siglos de golpes militares. Apenas tres meses después del 23 de febrero, el gobierno firmó el tratado de adhesión a la OTAN que durante años Suárez se había negado a firmar, lo que tranquilizó a Estados Unidos, contribuyó a civilizar al ejército poniéndolo en contracto con ejércitos democráticos e incrustó de lleno al país en el bloque occidental. Poco más tarde, a principios de junio, el gobierno, los empresarios y los sindicatos, con el apoyo de otros partidos políticos y una intención semejante a la que animó los Pactos de la Moncloa, firmaron un Acuerdo Nacional de Empleo que frenó la destrucción diaria de miles de puestos de trabajo, redujo la inflación y supuso el inicio de una serie de cambios que anunciaban el principio de la recuperación económica de los ochenta. Y al cabo de un mes y medio el gobierno y la oposición firmaron entre grandes protestas nacionalista la llamada LOAPA, una ley orgánica que amparándose en la necesidad de racionalizar el estado autonómico intentó poner reno a la descentralización del estado. Los terroristas no dejaron de matar, desde luego, pero es un hecho que después del golpe la actitud del país frente a ellos cambió, la izquierda se esmeró en arrebatarles las coartadas que les había entregado, las Fuerzas Armadas empezaron a notar la solidaridad de la sociedad civil y los gobiernos empezaron a luchar contra ETA con instrumentos que Suárez nunca se atrevió a utilizar."
A mí el libro me ha gustado, a pesar de lo pesado que resulta que constantemente se repitan las mismas enumeraciones infinitas de epítetos referidos a Suárez, a Carrillo o a Gutiérrez Mellado; a pesar de esa manera de exprimir las comparaciones entre la personalidad de Suárez y el personaje de una película de Rossellini; a pesar de esos párrafos larguísimos que, en ocasiones, hacen muy densa la narración; a pesar de los datos que se repiten una y otra vez; a pesar, en definitiva, de poderse contar lo mismo con 100 páginas menos. Pero me ha gustado porque yo ignoraba muchas de las cosas que en él se contaban, porque supongo que, de haber vivido todo aquello, el libro no me habría aportado nada nuevo.

lunes, 8 de febrero de 2010

Me basta así, Ángel González.

Siento especial debilidad por los poemas sentidos y sencillos de Ángel González. Me encanta dejarme llevar por esa forma, aparentemente tan sencilla, de decir las cosas. Me atrapan sus palabras de amor. Me dejo llevar por el ensueño de sus frases. Me guía la belleza de sus ideas.
Quizás porque sabe cómo y cuánto me gusta este poeta, del que confieso que conozco muy poco y al que tengo que leer más, una amiga decidió leerlo en la ceremonia de mi boda.
Hoy he estado cotilleando en la Biblioteca Virtual Cervantes y me he encontrado con su voz y con este poema. Ahora quiero compartirlo con vosotros.
Me basta así.
Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
-de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso-;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo, mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando -luego- callas...
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta.)

Disfrutad de la voz de su autor

jueves, 28 de enero de 2010

La media naranja


Os propongo una lectura. Se trata de una columna que apareció publicada el 30 de mayo de 2001 en el Diario de Cádiz:

La media naranja, José Antonio Hernández Guerrero

“La media naranja”, esa imagen metafórica tan tópica que todos usamos para referirnos al cónyuge, constituye, en mi opinión, un error de interpretación y, lo que es más grave, una concepción de la pareja seriamente peligrosa. Aunque es cierto que algunas mujeres y hombres buscan y encuentran un consorte que complete sus carencias, compense sus deficiencias, corrija sus defectos y solucione sus problemas; aunque es frecuente que se explique la unión matrimonial como una fórmula para nivelar los desequilibrios psicológicos, culturales y hasta económicos, también es verdad que la experiencia nos demuestra que esta receta compensadora aboca, en muchas ocasiones, a la frustración personal y al fracaso familiar.
No ponemos en duda que el ser humano es esencialmente imperfecto, indigente, incompleto, defectuoso y necesitado. Estamos de acuerdo en que, para “realizarnos”, para llegar a ser nosotros mismos, requerimos la ayuda de los demás, pero opinamos que esta colaboración, más que a remediar nuestras carencias o a aliviar nuestras dolencias, ha de contribuir a que cada uno despliegue todas sus facultades, supere por sí solo sus dificultades, alcance sus metas y logre su peculiar plenitud.
Como suele repetir Antonio Gala, “los seres humanos —cada ser humano—, hombre o mujer, joven o anciano, soltero o casado, no somos seres mutilados, sino que somos o debemos llegar a ser unos proyectos completos y unas obras acabadas”. Cada uno de nosotros encierra en lo más profundo de sus entrañas un diseño propio y un plan diferente que, con la ayuda de todos los demás acompañantes y compañeros, ha de desarrollar y cumplir. El proyecto común de cualquier tipo de personas —sobre todo de las que integran la unidad familiar— vale sólo en la medida en la que sirve para facilitar que cada uno de los miembros identifique y construya su modelo singular; para que viva su vida y para que logre su bienestar. Los cónyuges no somos medias naranjas, somos ... naranjas enteras.

Todas las universidades realizan cada año pruebas de acceso para mayores de 25 años, este texto formó parte del examen de Comentario de Texto que la Universidad de Alicante puso en el año 2001.
Llevo unos años preparando a personas que deciden entrar a la universidad "a destiempo" y, desde que descubrí este texto, lo comento cada curso en clase, porque nunca dejará de sorprenderme lo diferente que es el concepto de pareja que cada uno tiene.
Mis alumnos no son adolescentes sin experiencia en el amor. Son personas adultas, sensatas, responsables, exigentes con ellas mismas y con la experiencia que da la vida en las cuestiones de amor, pero también de desamor.
Me he encontrado en clase al romántico que lleva toda la vida con la misma pareja a la que considera su media naranja y sin la que se cree imposible de seguir adelante. Pero también con el que cree que si no está bien consigo mismo difícilmente lo podrá estar con su pareja.
Recuerdo con especial cariño a Juanra leyendo ante sus compañeros su opinión sobre el texto, defendiendo que, aunque su vida amorosa había sido muy azarosa y no tan estable como le hubiera gustado, no dejaría nunca de buscar a esa persona que le completase, que le diera la posibilidad de sentirse totalmente feliz. Aceptaba que lo primero era sentirse un ser completo de forma individual, pero asumía que él nunca se sentiría completo sin una persona que lo quisiese de verdad durmiendo a su lado.
Yo no tengo una opinión tan romántica al respecto y me identifico más con las palabras de José Antonio Hernández. Yo aspiro a ser una naranja entera cuyos gajos rebosen un dulce y refrescante jugo. Pero ese zumo solo puede saber a ambrosía cuando cada gajo se ha enriquecido con el cariño de la familia, con la fidelidad de los amigos, con el amor infinito hacia los hijos, con la alegría de los buenos momentos de la vida, con el sentimiento de no estar sólo ante las dificultades, con el placer del sexo, con el apoyo incondicionalde una pareja a la que amas, con tus deseos cumplidos... Yo quiero ser esa naranja gorda y rebosante de salud. Una naranja a la que nadie exprima, porque bajo su dura piel se esconde la más madura y sabrosa de las frutas.
Creo que eso es lo mejor que puedo ofrecer a la persona que quiero: ofrecerme como un ser pleno que, si decide amar a alguien, es porque realmente quiere hacerlo, sin dobleces, sin más intereses que los de enriquecer con mi amor el delicado zumo de la naranja que elijo como pareja.

martes, 19 de enero de 2010

Andorra en verano.

Cuando pensamos en viajar a Andorra, nunca lo hacemos en verano. Relacionamos automáticamente Andorra e invierno, Andorra y nieve. Pero lo cierto es que este pequeño principado nos ofrece muchas posibilidades de diversión en verano.
Hace unos años decidimos pasar allí una semanita. No teníamos muy claro dónde ir, pero sí teníamos clarísimo que no nos queríamos gastar demasiado dinero y Andorra en verano es muy, muy, muy barato. No recuerdo cuánto dinero nos costó, pero sí os puedo decir que la reserva la tramitó una agencia de viajes y que nos alojamos en un hotel de cuatro estrellas en régimen de media pensión en pleno centro de Andorra la Vella. En la agencia nos ofrecieron packs de multiaventura, por un poquito más tenías la opción de hacer escalada, rafting, descenso de barrancos, vías ferratas... Nosotros, que queríamos más un viaje de relax que cualquier otra cosa, escogimos uno en el que la única aventura que entraba era la utilización de los telesillas y telecabinas de un par de estaciones de esquí. Decidimos que, si nos entraba el espíritu aventurero, allí buscaríamos qué hacer.
El viaje en coche fue precioso, una vez que pasas los secarrales levantinos y vas acercándote a los Pirineos el paisaje te regala estampas maravillosas. El paisaje de Andorra es precioso, nosotros disfrutamos caminando por la montaña, sentándonos a descansar a la sombra de los árboles que rodeaban a un río, visitando las pequeñas iglesias románicas que se conservan muy bien, fotografiándonos en los puentes de piedra, parando el coche en medio de la carretera para dejar pasar a las vacas... En definitiva, visitando las estaciones de esquí sin otra pretensión más que la de disfrutar de la naturaleza.
Pero hay una cosa que no se debe olvidar cuando uno está en la montaña: la cercanía del sol. Nosotros, acostumbrados a los cuarenta grados del verano alicantino, estábamos encantado con ese vientecillo frío que nos obligaba a ponernos una chaqueta. Recuerdo un día en el que visitamos unos lagos. Nos fuimos con la mochila cargada de bocatas para pasar el día allí. Lo acabamos en una farmacia, completamente quemados por el sol, comprando un after sun. Aquella fue la noche más romántica de mi vida: los dos tumbados en la cama, desnudos y cubiertos con toallas húmedas que enfriábamos en la nevera del minibar.
Mientras las chicas nos fuimos de compras -Andorra ofrece muchísimas posibilidades en ese sentido- los chicos decidieron hacer algo distinto. De modo que alquilaron unas bicicletas de montaña y se pasaron la mañana bajando con ellas las pistas de esquí. Llegaron al hotel agotados y asustados por lo que se consideraban allí "pistas fáciles". Eso nos hizo plantearnos que, quizás, la idea que se nos había ocurrido, hacer un descenso de barrancos, no era demasiado buena. Así que decidimos satisfacer nuestro deseo de aventura con una ruta en quad. Estuvo muy bien, porque las vistas del paisaje que ofrecían los lugares por los que pasábamos eran increíbles. Lo único negativo que puedo contar, y no es ninguna minucia, es que allí todos sabían conducir aquello menos nosotros, nos dejaron los últimos y casi nos despeñamos montaña abajo... dejémoslo ahí.
Andorra la Vella es una ciudad pequeñita, pero llena de tiendas y de bares. No se puede decir que tenga mucho ambiente nocturno, o por lo menos nosotros no lo encontramos, pero resulta agradable pasear de noche por sus calles. Y, aunque el gran encanto de la ciudad sea el shopping, Caldea no deja de ser un lugar maravilloso para visitar.
Caldea es frío, calor y descanso. Así nos lo definió una de las chicas que trabajaba allí. El otro día veía unas imágenes del balneario en invierno y estaba completamente lleno y masificado. En verano no había prácticamente nadie. No tenía el encanto de esa piscina de agua caliente al aire libre y rodeada de la nieve, pero podías entrar al baño turco sin tener que hacer una cola de dos horas y sin tener que quedarte pegado al sudor de tu compañero de al lado.
Ahora que pienso como una mami creo que Andorra es una buena opción para visitar con niños. Las estaciones de esquí se llenan de actividades para ellos: tirolina, paseos en bicicleta, senderismo, hinchables, gincanas... La naturaleza te ofrece la posibilidad de hacer excursiones en las que observar animales, plantas, ríos. La ciudad te ofrece la opción de las compras y el relax. ¿Qué más se puede pedir?
Supongo que información sobre el Principado, aquí tenéis un enlace con su oficina de turismo.