miércoles, 14 de febrero de 2007

Surcos, José Antonio Nieves Conde.


¿De verdad creéis que el único cine que se hacía en España en los años 50 y 60 es el que vemos en Cine de Barrio? Afortunadamente no es así, y Surcos es un claro ejemplo de cine comprometido que muestra la España real de comienzos de los 50, quitándole ese glamuroso barniz con el que se pintaba a un país sumido en el hambre, en la ignorancia, en la pobreza... La Colmena en literatura, Historia de una escalera en teatro, y Surcos en el cine; serán los precedentes de una corriente cultural, el Realismo social, que muestra las cosas tal y como son, sin censuras y sin adornos. Esta reseña inaugura una serie de artículos que tratarán sobre películas de este período.

Las ciudades españolas recibían a comienzos de los 50 a cientos de personas que huían de la vida en el campo. Se trata del éxodo rural que convirtió las ciudades en espacios impersonales en los que hombre y mujeres alojados en ciudades-dormitorio trabajaban en lo que fuera para poder salir adelante. La película se sitúa en este momento de nuestra historia.

Este que veis en la foto es el cartel original de la película, cartel que por su fuerte simbolismo fue censurado, y no ha sido hasta ahora, hasta la aparición de la película en DVD, hasta que no hemos podido disfrutarlo. Resume perfectamente el argumento del film: una familia del campo de Salamanca, llevada por un deseo de prosperar económicamente, se trasladan a Madrid para comenzar allí una nueva vida. Pero la ciudad que les acoge no es tal y como ellos la imaginaban. Es una ciudad de los oprime, los asfixia, los envilece, los maltrata.

Se instalan en una corrala madrileña, viven realquilados en la casa de unos parientes lejanos que, años atrás llegaron a Madrid. Con mejor o peor suerte, todos comenzarán pronto a trabajar. El hijo mayor, Luis, ya conocía la ciudad y es el que antes se adapta a ella. Trabaja para el Chamberlán, un señor muy elegante con cierto estilo inglés y dueño de un bar, es su chófer. Pero las aspiraciones de ascenso social de Pili, su novia, hacen que acabe metiéndose en los negocios sucios de su jefe.
Pili es la hija de esa pariente lejana que los tiene realquilados. Se dedica a vender cigarrillos por las calles a escondidas de la policía. Harta de esa vida, piensa que sólo un hombre puede sacarla de ella. Lo intenta con el "Mellao", un chulapo madrileño que también trabaja para el Chamberlán. Pero la aparición de Luis, y los malos tratos a los que la somete, hacen que lo abandone.
Antonia es la única hija de este matrimonio, inocente y un poco ingenua, se entusiasma y se enamora de la ciudad: del bullicio, del folclore, de la gente... Por mediación de Pili consigue trabajar como criada en la casa de la amante del Chamberlán. Pero una noche, anonadada ante las ropas y los complementos de su ama, se prueba unas medias de seda de ésta y en ellas aparece un "surco", que nos anuncia el comienzo de su caída. El Chamberlán, interesado por ella, aprovechará que la chica se ha quedado sin trabajo para pagarle los estudios de canto y baile en una academia, con promesas de un pronto debut teatral.
El hijo pequeño es el que menos suerte tiene. Encuentra trabajo en una tienda de ultramarinos y en un reparto le roban la mercancía. Esto le supone el despido y la deuda de lo robado. De modo que, ante el disgusto de sus padres huye de casa. Está a punto de morir de hambre cuando es encontrado por unos titiriteros, los únicos habitantes de la ciudad que se presentan de forma positiva, que lo alojan en su casa y le enseñan la profesión.
La madre es la que primero se endurece en la ciudad. No sabe muy bien cómo debe actuar y hace lo que le dicen otras personas que, por vivir en la ciudad, ella considera más sabias. De esa mujer cándida que se nos muestra al principio, pasa a ser un "sargento" que hace que su marido, que ha fracasado en todos los trabajos que ha encontrado, como castigo, se ocupe de las tareas de la casa.
El desenlace es muy rápido: el Chamberlán consigue seducir a Antonia, y cuando Luis le pide explicaciones, no sólo no se las da, sino que, además lo despide. Luis, sin trabajo, decide sacar dinero llevando a cabo, solo, uno de esos "trabajos" ilegales que hacía para su jefe. Pero un chivatazo del "Mellao" acaba con su vida. Y la familia se encuentra viendo un surco en la tierra, aquel que contiene el ataúd de su hijo. Es en este momento cuando se dan cuenta de que su lugar no es ése. Deciden volver al pueblo, con la vergüenza de la deshonra, sin los lujos que otros paisanos suyos traían de las ciudades.
Pero éste no era el final que el director planteó para la película: en el final censurado la familia volvía al pueblo, pero, al bajarse del tren, Antonia, la hija mejor, se escapaba y cogía otro tren hacia Madrid, insinuando, de alguna manera, que su porvenir en la ciudad pasaría por la prostitución.

Sin embargo lo mejor de la película no es su argumento, el hecho de que se nos presente casi como un documental del Madrid de 1951, ni la denuncia social que plantea. Lo mejor es que es una película atemporal, que hoy se entiende perfectamente si adaptamos su trama a nuestros tiempos y al drama de la inmigración. Es una historia vista desde un prisma de total objetividad, sin almíbares, na película de denuncia como las que, lamentablemente, ya no se hacen.

Os la recomiendo.


1 comentario:

Anónimo dijo...

No hay posibilidad de conseguir un poco mas de claridad en el cartel?
Gran pelicula, que junto con "La piel quemada" trata el problema de la emigracion interior de su tiempo,