El edificio, como casi todo en París, es impresionante. Se trata de una fortaleza del siglo XII con ampliaciones renacentistas. Antes de convertirse en museo, fue palacio real, y, tras la construcción de Versalles, pinacoteca real. El último añadido al edificio fue la famosa pirámide de cristal que se sitúa en su entrada desde 1989. Está justo en el centro de los tres pabellones y, aunque es la más grande y la que más se ve, no es la única, puesto que en el interior el museo, y exactamente debajo de ésta, hay una pirámide invertida. Lo cierto es que el edificio del museo es de un estilo muy clásico y esta pirámide, aunque impresionante, quizás sea, por la utilización del vidrio y el acero, excesivamente moderna.
Nosotros visitamos el Louvre por la tarde, y la verdad es que no sé si fue el mejor momento para hacerlo, porque había muchísima, muchísima, muchísima gente. Responsable, en gran medida, de esto, es Dan Brown, que con esa pésima novela con la que ha cosechado tanto éxito, El código Da Vinci, ha puesto de moda la visita a los lugares en los que se sitúa su narración y la posterior, y también nefasta, película. Cuando caminábamos por los pasillos del museo, apretujados entre la gente y quitándonos los jerséis de lana y el segundo par de calcetines que llevábamos puestos, porque la calefacción reproducía el calor del agosto español; nos sentíamos arrastrados por la corriente de personas que caminaban como autómatas haciendo enormes colas para ver la Gioconda. Cuando conseguimos llegar hasta el retrato, era tal la aglomeración a su alrededor, que no sólo no conseguí descifrar su enigmática sonrisa, sino que apenas conseguí verla. Sin embargo, muchos de los visitantes que nos rodeaban, cambiaban su gesto y se quedaban ensimismados ante la visión del cuadro. Quizás me falta sensibilidad artística, aunque yo creo que lo que me faltaba, realmente, era aire para respirar. En definitiva, somos gilipollas.
Si tenéis la oportunidad de visitarlo, no dejéis de ver el apartamento de Napoleón, os impresionará la decoración, el mobiliario, la iluminación… No sé si porque era el lugar en el que menos gente había, pero lo cierto es que me encantó.
Está situado en un lugar encantador, justo en la orilla más tranquila del Sena, caminar por sus alrededores es una delicia. Y si por fuera es un edificio bonito, por dentro no lo es menos: todas las salas dan a una galería central acristalada, el lugar que ocupaban las vías de la antigua estación de tren, eso hace que sea un espacio luminoso y diáfano en el que apetece sentarse a descansar mientras se observa alguna de las impresionantes esculturas que allí se exponen. Aquí tenéis algunas fotos de esa galería central y del precioso reloj que la observa desde lo alto:
Y, tras otro agotador día, un paseo por el Sena, y al hotel.
Una confesión final: las fotos de los interiores de los museos son mías, pero las de las fachadas, reconozco que fue un despiste no hacerlas, están sacadas de la Red, por eso se ven peor, están muy pixeladas.
1 comentario:
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