
Conocí a Verónica el primer año de carrera. En “Lingüística General” teníamos que hacer unas fichas con los principales libros de consulta que podíamos utilizar (eran unos 300), de modo que todos los "pipiolos" de 1º abarrotábamos la biblioteca de Filosofía y Letras y hacíamos que los bibliotecarios nos odiaran. Tanto fue así, que decidieron montar una garita en la que estuvieran todos esos libros para que fuéramos allí y no los molestáramos tanto. Pues estaba yo con una amiga en ese cuchitril cuando llegó Vero y comenzó el intercambio de fichas y la crítica feroz a la profesora que nos había metido en tal berenjenal. Gracias a ella conocí a Celia. Nos veíamos, hablábamos, pero fue en tercero cuando hicimos piña. En “Gramática española” teníamos que hacer un trabajo, creo que sobre la preposición “de”, agrupados de 5 en 5. Nosotras éramos 3, pero había 2 chicas a las que conocíamos y que estaban sentadas en otra fila y nos dijeron que nos uniéramos. Ellas eran Inés y Manoli. Desde ese momento nos convertimos en inseparables.
Ahora, después de tantos años, cada vez que nos reunimos para comer, me entra la nostalgia, y echo de menos esos años en la universidad. Cuando veo a Celia, y nos cuenta que le ha ido muy bien en el instituto en el que trabaja y que está buscando piso con su chico, me acuerdo de cómo empezaron a salir. Fue en una de las miles de fiestas que organizamos en “Hanoi”, porque Gabi, su chico, también es compañero nuestro de carrera. Y es que, durante el último año, empezamos a hacer fiestas con la finalidad de recaudar dinero para gastarlo en un viaje de fin de carrera. En la primera pusimos todo nuestro empeño y llenamos la universidad de carteles. Tuvimos un éxito rotundo, sacamos mucho dinero, pero había demasiada gente y nos agobiamos. De modo que, seguimos haciendo fiestas, pero no se lo decíamos prácticamente a nadie. Eran geniales, porque, aunque no recaudábamos nada, todos nos conocíamos y lo pasábamos muy bien.
Verónica, que anda nerviosa porque le van a dar pronto su piso y porque acaba de conocer al chico de sus sueños, es la única que no se dedica a la docencia en la actualidad. Trabaja en la Universidad de Alicante y se encarga de organizar la llegada y la estancia de chicos norteamericanos que vienen a estudiar español. Con ella he estudiado muchísimo (siempre recordaré el cabreo de Vero el día que le hicieron un control de alcoholemia a las 5 de la mañana cuando, recién levantada, iba a la biblioteca de la universidad porque había quedado conmigo para estudiar), pero también nos hemos divertido muchísimo. Me acuerdo de aquel día, recién acabados nuestros estudios, en el que estaba tomando un café en un centro comercial y sonó el teléfono, era ella, estaba en Albacete y había conseguido dos plazas para estudiar allí el CAP, me preguntaba si iba con ella. Ese día era viernes, el lunes siguiente ya estábamos instaladas allí, en el piso de la Señorita Pepis, porque ésa es otra larga historia. Vivimos juntas durante un mes y medio. Luego, cuando volvimos a Alicante, ella se fue un año a Londres a estudiar inglés, y después, a EEUU a dar clase de español. Ahora, en su tierra, añora la enseñanza de español a extranjeros y el otro día nos contaba que quiere hacer un master sobre ello.
De las 4, Inés es la persona con la que menos relación tuve durante la carrera, pero nos hemos conocido mucho, y muy bien, cuando terminamos, porque juntas nos metimos en el “embolao” de las oposiciones. Coincidimos en una academia en la que, se supone, que las preparaban, y de la que hemos acabado echando pestes. Luego, nos hemos recorrido media España haciendo, o no, exámenes de oposiciones. La primera vez que nos presentamos, fue en Andalucía, y nos tocó hacer las pruebas en un instituto de Sevilla. Tardamos 5 minutos en levantarnos tras darnos el examen. Recuerdo que salimos del aula muertas de risa, después de tanto tiempo no habíamos sido capaces de escribir nada, pero estábamos contentas. Mi alegría se acabó cuando llamé a casa y empezaron a consolarme: “No te preocupes Ana, el próximo año será. Pero no te disgustes, ¿eh?”. Fue colgar el teléfono y empezar a llorar como una magdalena. Pero Inés, me dijo: “Estamos en Sevilla, ¿no?, pues nada de penas, ¡a hacer turismo!”. Y allí estábamos las dos frustradas opositoras a las 4 de la tarde en el mes de julio por Sevilla, “achicharrás”, y es que por las calles, a esas horas, sólo íbamos nosotras y los japoneses.