Anteayer no vi la televisión, así que me perdí la imagen que todos los 23 de febrero aparece en todos los informativos: Tejero pegando tiros a su entrada en el Congreso de los Diputados el 23 de febrero de 1981. ¿Qué hacíais ese día? Esa es la pregunta que todos se hacen cuando ven a los diputados escondidos bajo sus escaños, a Suárez y a Carrillo sentados con cara de asombro y a un señor mayor que se encara a unos guardias civiles que disparan al aire.
Yo no tenía todavía 4 años, pero me acuerdo perfectamente: Mi madre estaba embarazada de mi hermana y yo estaba con ella en una tienda de decoración y menaje. La radio estaba puesta. Yo no entendía nada, pero recuerdo la barrigota de mi madre y la de la dueña, que también estaba embarazada, y sus caras de susto. Con el tiempo entendí el gesto de las dos: el marido de la dependienta era un militante del Partido Comunista conocidísimo en el pueblo.
Luego, vas creciendo y oyendo cómo tu tío te cuenta que escondió todos libros de “rojos” que tenía por casa o cómo el marido de una prima negoció con el capitán de un barco pesquero su salida del país si la cosa iba a mayores. Pero, a pesar de conocer estas historias, no dejaba de sorprenderme que la gente permaneciera en sus casas, callados, escondidos, esperando un desenlace, que nadie saliera a la calle a reivindicar la libertad y la paz que poco a poco estaban consiguiendo y que aquella noche se les estaba escapando de las manos. He encontrado la respuesta a esto en mi última lectura:
"Durante la transición poca gente olvidó en España, y el recuerdo de la guerra estuvo más presente que nunca en la memoria de la clase política y de la ciudadanía; ésa es precisamente una de las razones por las que nadie o casi nadie se opuso al golpe del 23 de febrero: durante aquellos años todos deseaban evitar a cualquier precio el riego de repetir la salvaje orgía de sangre ocurrida cuarenta años atrás, y todos trasmitieron ese deseo a una clase política que era sólo su reflejo."
El fragmento pertenece a Anatomía de un instante de Javier Cercas, un documentado ensayo que analiza con toda profundidad los entresijos del golpe, las implicaciones de militares, políticos y civiles en el mismo, la función del rey y, principalmente, la actuación de Adolfo Suárez.
Yo era muy pequeña cuando ocurrió y tenía una imagen muy distorsionada de los hechos. Reconozco que, el no conocer el ambiente de crispación anterior al golpe, pensaba que los golpistas no habían sido más que un par de locos sin demasiados apoyos. Mi sorpresa ha sido descubrir que todo el mundo quería un cambio político, todos querían un golpe de estado, el problema es que cada uno quería un golpe distinto. Suárez era muy consciente de que era un político acabado y que no contaba con casi ningún apoyo, Cercas recoge una anécdota que lo muestra con mucha claridad:
"…según el propio Suárez recordó en público a la muerte del general éste le dijo tras un diálogo de postrimerías o un inventario de reveses y deserciones: “Dime la verdad, presidente: aparte del Rey, de ti y de mí, ¿hay alguien que esté con nosotros?”"
Gutiérrez Mellado, pues ese era el general al que se refiere Cercas, no sabía que ni siquiera el Rey estaba con ellos. Él, como todos los políticos, todos los periodistas, todos los militares y todos los civiles, hablaban de la posibilidad de un gobierno de unidad liderado por un militar y compuesto por políticos de todos los partidos que solucionaran la pésima situación de España. Todos excepto Carrillo, que nunca entró en este juego de especulaciones.
Unos cuantos militares, enredados por la verborrea del que había sido Jefe de la Casa Real, el General Armada, pusieron en marcha aquello que todo el mundo esperaba, el cambio. La imagen que todos tenemos del golpe es la entrada al hemiciclo de Tejero, que de tanto ver ridiculizado en botijos, consideramos un loco que se fue allí con su pistola y sin muchos más apoyos que los pocos guardias civiles que lo acompañaban, pero…
"… Tejero no era en absoluto un chiflado de verbena (…) era un idealista dispuesto a convertir en realidad sus ideales, dispuesto a mantener a cualquier precio la lealtad a quienes consideraba los suyos, dispuesto a imponer el bien y a eliminar el mal por la fuerza (…)Si Tejero hubiese sido un enajenado no hubiera preparado durante meses y llevado a cabo con éxito una operación tan compleja y peligrosa como la toma del Congreso, no hubiera conseguido mantener el control casi absoluto que mantuvo del secuestro durante las diecisiete horas y media que duró, no hubiera sabido jugar sus bazas ni hubiera maniobrado para conseguir sus objetivos con la serena racionalidad con que lo hizo; si hubiera sido un enajenado, si hubiera llevado su locura hasta el final, tal vez el secuestro del Congreso hubiera acabado con una degollina y no con la negociación con la que acabó una vez que tuvo la certeza de que el golpe había fracasado."
Suárez era un político que ya había cumplido el papel que el Rey deseaba, pero su ambición de poder le hizo presentarse a unas elecciones políticas, posiblemente porque deseaba saber que podía ser un presidente legitimado por el pueblo y no puesto a dedo por el monarca. Pero tras ganarlas su política llevó al país a una situación desesperada en lo económico y en lo social. Fijaos en las palabras de Cercas:
"Fue Fernández Miranda quien (…) convenció al Rey de que al menos para sus propósitos de entonces aquellas características personales de Suárez no eran defectos sino virtudes: necesitaban a un chisgarabís servicial y ambicioso porque su servilismo y su ambición garantizaban una lealtad absoluta, y porque su falta de relevancia y de proyecto político definido o de ideas propias garantizaban que aplicaría sin desviarse las que ellos le dictaran y que, una vez realizada su misión, podrían prescindir de él tras agradecerle los servicios prestados; necesitaban a un gallito falangista con su temple porque sólo un gallito falangista con su temple, joven, duro, rápido, flexible, decidido y correoso, sería capaz de aguantar primero las embestidas feroces de los falangistas y los militares y de mantenerlos a raya después; necesitaban a un tipo simpático porque debería seducir a medio mundo y a un tipo trapacero porque debería embaucar al otro medio."
Y el Rey acertó en su elección, porque Suárez se ganó todos los apoyos posibles para llevar a cabo la transición a la democracia. El golpe de estado le hizo abandonar la política durante unos meses y, cuando todo el mundo pensaba que ya había desaparecido del panorama político, unos meses antes de las elecciones reapareció con un nuevo partido político, el CDS. Ahora contaba con la serenidad de saber lo que es el poder, con el conocimiento de los entresijos de la democracia y con unos ideales políticos que poco a poco había ido fraguando. Pero no convenció, los votantes consideraron que su papel en la historia ya estaba acabado y el partido terminó por desaparecer.
En los años 90 comenzó una especie de mitificación de la transición y de todos aquellos que intervinieron en ella, entre ellos la de Adolfo Suárez. En estos momentos atravesaba una situación personal difícil, su hija y su mujer pasaron por largas enfermedades que las llevaron a la muerte…
"… Y fue justo entonces cuando ocurrió. Fue justo entonces, en el momento quizá más oscuro de su vida, cuando llegó lo inevitable, el anhelado reconocimiento público, la oportunidad de que todos le agradecerían el sacrificio de su honor y su conciencia por el país, el humillante aquelarre nacional de la compasión, era el gran hombre abatido por la desgracia y ya no molestaba a nadie ni podía hacerle sombra a nadie ni volvería jamás a la política y podía ser usado por unos y por otros y convertido en el perfecto paladín de la concordia, en el as invicto de la reconciliación, en el hacedor sin mácula del cambio democrático, en una estatua viviente apta para escudarse tras ella y asear conciencias y calzar instituciones tambaleantes y exhibir sin pudor la satisfacción del país con su pasado inmediato y organizar escenas wagnerianas de gratitud con el prócer caído, empezaron a lloverle homenajes, galardones, distinciones honoríficas, recuperó la amistad con el Rey, la confianza de sus sucesores en la presidencia del gobierno, el favor popular, consiguió todo lo que había deseado y previsto aunque todo fuese un poco falso y forzado y apresurado y sobre todo tardío, porque para entonces él ya se estaba yendo o se había ido y apenas alcanzaba a contemplar su desplome personal sin entenderlo demasiado y a mendigar de quien se cruzaba en su camino una oración por su mujer y por su hija."
El 23 de febrero de 1981 se celebraba en el Congreso la votación que haría presidente del gobierno a Leopoldo Calvo Sotelo. Suárez, ante la posibilidad de salir del hemiciclo como consecuencia de una moción de censura de los socialistas, dimitió de su cargo meses antes. Calvo Sotelo es, para mí, el gran desconocido, apenas puedo decir nada de él ni de su breve período al frente del país, pero gracias a Cercas he descubierto algunas cosas:
"El golpe de estado, se ha dicho a menudo, fue la vacuna más eficaz contra otro golpe de estado, y es cierto: tras el 23 de febrero el gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo invirtió billones en modernizar las Fuerzas Armadas y realizó una purga en profundidad (…) y, aunque después de 1981 hubo todavía varios intentos de rebelión militar, lo cierto es que fueron organizados por una minoría cada vez más excéntrica y aislada, porque el 23 de febrero no sólo desacreditó a los golpistas ante la sociedad, sino también ante sus propios compañeros de armas, precipitando de esa forma el final d e una tradición de dos siglos de golpes militares. Apenas tres meses después del 23 de febrero, el gobierno firmó el tratado de adhesión a la OTAN que durante años Suárez se había negado a firmar, lo que tranquilizó a Estados Unidos, contribuyó a civilizar al ejército poniéndolo en contracto con ejércitos democráticos e incrustó de lleno al país en el bloque occidental. Poco más tarde, a principios de junio, el gobierno, los empresarios y los sindicatos, con el apoyo de otros partidos políticos y una intención semejante a la que animó los Pactos de la Moncloa, firmaron un Acuerdo Nacional de Empleo que frenó la destrucción diaria de miles de puestos de trabajo, redujo la inflación y supuso el inicio de una serie de cambios que anunciaban el principio de la recuperación económica de los ochenta. Y al cabo de un mes y medio el gobierno y la oposición firmaron entre grandes protestas nacionalista la llamada LOAPA, una ley orgánica que amparándose en la necesidad de racionalizar el estado autonómico intentó poner reno a la descentralización del estado. Los terroristas no dejaron de matar, desde luego, pero es un hecho que después del golpe la actitud del país frente a ellos cambió, la izquierda se esmeró en arrebatarles las coartadas que les había entregado, las Fuerzas Armadas empezaron a notar la solidaridad de la sociedad civil y los gobiernos empezaron a luchar contra ETA con instrumentos que Suárez nunca se atrevió a utilizar."
A mí el libro me ha gustado, a pesar de lo pesado que resulta que constantemente se repitan las mismas enumeraciones infinitas de epítetos referidos a Suárez, a Carrillo o a Gutiérrez Mellado; a pesar de esa manera de exprimir las comparaciones entre la personalidad de Suárez y el personaje de una película de Rossellini; a pesar de esos párrafos larguísimos que, en ocasiones, hacen muy densa la narración; a pesar de los datos que se repiten una y otra vez; a pesar, en definitiva, de poderse contar lo mismo con 100 páginas menos. Pero me ha gustado porque yo ignoraba muchas de las cosas que en él se contaban, porque supongo que, de haber vivido todo aquello, el libro no me habría aportado nada nuevo.