miércoles, 24 de marzo de 2010

El club de las malas madres, Lucía Etxebarria y Goyo Bustos.

Soy una mala madre, lo sé desde antes de serlo y sé, además, que nunca seré una buena madre, una madre perfecta, una madre del gusto de todos. Cuando estaba embarazada vivía rodeada de matrones y matronas que me hablaban de las sensaciones que debía tener por el hecho de esperar un hijo. Yo debo de ser de espíritu maternal tardío, porque todas esas vivencias que insistentemente oía que debía tener, las experimenté cuando tuve a Fran en brazos, pero no antes. Cuando nació Fran aparecieron a mi alrededor miles de pediatras que, ahora que estamos dejando el pecho, discuten sobre si es el momento de hacerlo o no, sobre si hay que dar fruta natural o potitos, sobre qué marca de papillas de cereales es la mejor... Y, aunque a veces me deje llevar por todo este séquito de sanitarios que me acompañan, lo cierto es que mi chico y yo hemos aprendido a hacer sólo aquello que nos haga sentir bien con nosotros mismos y con nuestro bebé. Nunca llueve a gusto de todos y una nunca es una buena madre de cara a los demás.
Bueno, pues este sentir de muchas de nosotras, que nos vemos desbordadas por la casa, el trabajo, los niños..., es analizado por Lucía Etxebarria y por Goyo Bustos en un entretenido libro titulado El club de las malas madres. Se trata de una divertida obra en la que una madre y un maestro nos explican que nadie es perfecto porque la perfección no existe, pero que eso no significa que no hagamos las cosas con el mayor de los respetos, con el amor más profundo y con la generosidad que debe implicar ser padres.
Soy madre y soy profesora, así que era inevitable que un libro así me enganchase. Me he sentido muy identificada con todo lo que en él se afirma sobre el modo en el que se debe tratar a un niño. Cuando empecé a dar clase, leí algunos de esos libros en los que te explican cómo debes comportarte y qué debes hacer para ganarte el respeto de tus alumnos. Me parecieron profundamente aburridos y, sobre todo, escritos por personas que jamás habían entrado a un aula de Secundaria, se olvidaban de algo importantísimo: los chicos merecen el mismo respeto que tú les pides a ellos para ti. Los profesores no somos dioses a los que venerar, somos personas con las que empatizar. Nuestro deber es transmitir conocimientos, pero también formar a las personas que regirán el mundo el día de mañana. Nos apremian los temarios y la necesidad de cumplir un currículo establecido, pero hay que buscar tiempo para tratar cualquier tema que a ellos les interese.
Supongo que fue la experiencia con estos libros la que me llevó a no leer ningún libro de parenting cuando me quedé embarazada. En mi estantería sólo tengo dos libros sobre la educación de los niños: uno de estimulación mediante el juego y otro (perdón por haber caído en esta tentación) de Supernanny. Esto no significa que no compre alguno más ni que no haya oído hablar o haya leído algún que otro artículo sobre las formas más apropiadas de educar a un niño, vamos, que conozco las teorías del colecho o del famoso doctor Estivill. Pero creo que cada niño es un mundo y que, entre dejarlo llorar hasta que se aburra y tenerlo toda la noche en tu cama, hay un amplio término medio.
Pero vayamos al libro: Me parece una lectura muy interesante porque parte del sentido común. Está escrito de una forma muy didáctica y muy entretenida, con un lenguaje sencillo y una prosa muy inteligente. Resulta muy curiosa la contraposición de dos puntos de vista, en ocasiones cercanos y en otras lejanos, el de la madre y el del maestro. Creo que es un buen libro de cabecera al que recurrir cuando las obligaciones del día a día te hacer perder el norte.
Sin embargo, en ocasiones resulta un poco redundante. Me explico: Casi todos los capítulos tienen la misma estructura: se expone algo que luego se ejemplifica. Posteriormente se analiza lo expuesto a partir de la anécdota que ha servido de ejemplo. Y, finalmente, se dan dos listados, uno con lo que se debe hacer y otro con lo que no se debe hacer. Estos listados se hacen un poquito pesado porque en ellos, la mayoría de las veces, se repite lo mismo que antes se había dicho. Además, al final de la obra se hacen excesivamente frecuentes estas enumeraciones, lo que hace que la lectura sea más lenta, más pesada y, por lo tanto, más aburrida.
A pesar de esto, el libro me ha gustado. Me han parecido especialmente interesantes los capítulos dedicados al fomento de la lectura (estoy harta de ver a chicos de 17 años que no saben leer) y a los abusos sexuales (algo que está tan cerca de nosotros pero tan sileciado). Me quedo con la esencia de la obra: para educar a un niño hacer falta amor, respeto, seguridad y dedicación. Es decir, debemos demostrar a nuestros hijos lo mucho que los queremos dedicándoles todo el tiempo que podamos, darles un ambiente en el que se sientan seguros y tratarlos tal y como queremos que ellos nos traten a nosotros y, cuando crezcan, traten a los demás.

jueves, 11 de marzo de 2010

¡Cómo te quiero!

Noche cerrada. Prisionera de su esfera de silencio y armonía, dormía ajena a aquello que no fuera tranquilidad y descanso.
-Las cuatro y cuarto. Otra vez.
Lo cogió y lo acercó a su pecho. No lo miró. Cerró los ojos y dormitó en silencio, dejándose mecer por las abrazadoras redes del duermevela.
-Las cuatro y media. Ya está.
Lo dejó y lo arropó. Lo miró. Él sonrió.
- ¡Cómo te quiero! Buenas noches, mi amor.
Con la ternura en su piel, volvió a la cama. Tumbada, con los ojos abiertos, se emocionó al pensar en la grandeza de la belleza de aquella sonrisa.