lunes, 23 de julio de 2007

Cinco amigas.

El viernes pasado nos volvimos a reunir todas. Desde que acabamos la carrera, en 1999, lo hacemos, como mínimo, dos veces al año: una en Navidad y otra en verano. Recuerdo que las primeras “Comidas de filólogas” (oficialmente se llaman así), se celebraban en los restaurantes más baratos, porque no teníamos ni un duro, ahora, afortunadamente, ya no tienen lugar en un restaurante chino o en una hamburguesería. Ésta ultima fue en un italiano con mucho encanto llamado Ghetto Vecchio en el Cabo de las Huertas (Sant JoanAlacant).

Conocí a Verónica el primer año de carrera. En “Lingüística General” teníamos que hacer unas fichas con los principales libros de consulta que podíamos utilizar (eran unos 300), de modo que todos los "pipiolos" de 1º abarrotábamos la biblioteca de Filosofía y Letras y hacíamos que los bibliotecarios nos odiaran. Tanto fue así, que decidieron montar una garita en la que estuvieran todos esos libros para que fuéramos allí y no los molestáramos tanto. Pues estaba yo con una amiga en ese cuchitril cuando llegó Vero y comenzó el intercambio de fichas y la crítica feroz a la profesora que nos había metido en tal berenjenal. Gracias a ella conocí a Celia. Nos veíamos, hablábamos, pero fue en tercero cuando hicimos piña. En “Gramática española” teníamos que hacer un trabajo, creo que sobre la preposición “de”, agrupados de 5 en 5. Nosotras éramos 3, pero había 2 chicas a las que conocíamos y que estaban sentadas en otra fila y nos dijeron que nos uniéramos. Ellas eran Inés y Manoli. Desde ese momento nos convertimos en inseparables.

Ahora, después de tantos años, cada vez que nos reunimos para comer, me entra la nostalgia, y echo de menos esos años en la universidad. Cuando veo a Celia, y nos cuenta que le ha ido muy bien en el instituto en el que trabaja y que está buscando piso con su chico, me acuerdo de cómo empezaron a salir. Fue en una de las miles de fiestas que organizamos en “Hanoi”, porque Gabi, su chico, también es compañero nuestro de carrera. Y es que, durante el último año, empezamos a hacer fiestas con la finalidad de recaudar dinero para gastarlo en un viaje de fin de carrera. En la primera pusimos todo nuestro empeño y llenamos la universidad de carteles. Tuvimos un éxito rotundo, sacamos mucho dinero, pero había demasiada gente y nos agobiamos. De modo que, seguimos haciendo fiestas, pero no se lo decíamos prácticamente a nadie. Eran geniales, porque, aunque no recaudábamos nada, todos nos conocíamos y lo pasábamos muy bien.

En el comité organizador de todos los saraos estaba Manoli. La pobre, fue como 10 veces a una agencia de viajes a pedir presupuestos para un viaje que nunca se realizó. Ninguno de nosotros tenía dinero, y con las fiestas habíamos sacado una miseria. Así que esa calderilla, se invirtió en la barra libre de la cena de fin de carrera. Cena que también es digna de recordar: siempre quedará en nuestra memoria el traslado desde el hotel donde se celebró, hasta la zona de marcha del puerto de Alicante, en el 205 de nuestra profesora de “Lexicografía española”. Ella iba tan “feliz”, que le tuvieron que aparcar el coche, porque después de 200 maniobras seguía sin entrar en el amplísimo hueco. Ahora, Manoli, está viviendo con su novio y acaba de aprobar las oposiciones de maestros de primaria, porque, tras acabar “Filología Hispánica”, decidió que no quería impartir clase en institutos, sino en coles, y estudió la carrera que siempre había querido hacer, Magisterio.

Verónica, que anda nerviosa porque le van a dar pronto su piso y porque acaba de conocer al chico de sus sueños, es la única que no se dedica a la docencia en la actualidad. Trabaja en la Universidad de Alicante y se encarga de organizar la llegada y la estancia de chicos norteamericanos que vienen a estudiar español. Con ella he estudiado muchísimo (siempre recordaré el cabreo de Vero el día que le hicieron un control de alcohole
mia a las 5 de la mañana cuando, recién levantada, iba a la biblioteca de la universidad porque había quedado conmigo para estudiar), pero también nos hemos divertido muchísimo. Me acuerdo de aquel día, recién acabados nuestros estudios, en el que estaba tomando un café en un centro comercial y sonó el teléfono, era ella, estaba en Albacete y había conseguido dos plazas para estudiar allí el CAP, me preguntaba si iba con ella. Ese día era viernes, el lunes siguiente ya estábamos instaladas allí, en el piso de la Señorita Pepis, porque ésa es otra larga historia. Vivimos juntas durante un mes y medio. Luego, cuando volvimos a Alicante, ella se fue un año a Londres a estudiar inglés, y después, a EEUU a dar clase de español. Ahora, en su tierra, añora la enseñanza de español a extranjeros y el otro día nos contaba que quiere hacer un master sobre ello.

De las 4, Inés es la persona con la que menos relación tuve durante la carrera, pero nos hemos conocido mucho, y muy bien, cuando terminamos, porque juntas nos metimos en el “embolao” de las oposiciones. Coincidimos en una academia en la que, se supone, que las preparaban, y de la que hemos acabado echando pestes. Luego, nos hemos recorrido media España haciendo, o no, exámenes de oposiciones. La primera vez que nos presentamos, fue en Andalucía, y nos tocó hacer las pruebas en un instituto de Sevilla. Tardamos 5 minutos en levantarnos tras darnos el examen. Recuerdo que salimos del aula muertas de risa, después de tanto tiempo no habíamos sido capaces de escribir nada, pero estábamos contentas. Mi alegría se acabó cuando llamé a casa y empezaron a consolarme: “No te preocupes Ana, el próximo año será. Pero no te disgustes, ¿eh?”. Fue colgar el teléfono y empezar a llorar como una magdalena. Pero Inés, me dijo: “Estamos en Sevilla, ¿no?, pues nada de penas, ¡a hacer turismo!”. Y allí estábamos las dos frustradas opositoras a las 4 de la tarde en el mes de julio por Sevilla, “achicharrás”, y es que por las calles, a esas horas, sólo íbamos nosotras y los japoneses. Dos años después, Inés consiguió entrar en la bolsa de trabajo de Castilla la Mancha, ahora se ha comprado un pisito en Toledo y trabaja allí.

Nuestro profesor de Literatura Hispanoamericana pronunció, el día de nuestra graduación, una frase que a mi madre se le quedó grabada. No sé si vosotras, compañeras, recordáis a Rovira diciendo: “Enhorabuena, ahora dejáis de ser estudiantes, ya sois filólogos, y ya estáis en el paro. Porque ese es vuestro destino. Habéis estudiado una preciosa carrera con la que es muy difícil ganarse la vida.” Por suerte Rovira se equivocó y ninguna de nosotras está en el paro, pero lo cierto es que nos ha costado mucho estar donde estamos. Lo que no nos cuesta ningún esfuerzo es mantener una amistad que ya dura casi 11 años, a pesar de que vivamos cada una en una ciudad distinta, de que nuestros horarios no sean siempre compatibles… Os quiero mucho, un beso.

¡Ah! Recordad que tenemos un viaje de fin de carrera pendiente.

viernes, 13 de julio de 2007

París VI: Hôtel des Invalides y Sacre-Coeur.

Bienvenidos al penúltimo post sobre París. Hoy visitaremos dos de los edificios más impresionantes de la ciudad.

Hôtel des Invalides, Los Inválidos en castellano, es un edificio del siglo XVII que fue mandado construir para los soldados que resultaban heridos durante la guerra y a su vuelta a casa no tenían a dónde ir. Lo más llamativo del edificio es la cúpula dorada de la capilla que alberga los restos mortales de Napoleón Bonaparte, que se observa desde casi cualquier lugar de París. Hoy, el edificio se ha convertido en museo militar.

Os voy enseñando algunas fotos y os cuento cosas: El edificio se encuentra relativamente cerca de la Torre Eiffel. Se sitúa en la misma orilla del Sena, de modo que llegar hasta allí es un paseo maravilloso, aquí podéis ver la entrada principal y las vistas hacia la ciudad desde el mismo lugar.
La primera foto, (que reconozco que no es mía, y que la he sacado de Internet), muestra la basílica de la que antes os hablaba. Por dentro no es demasiado grande (estas fotos sí son mías), pero impresionan sus mármoles y el gran órgano que ocupa una de sus paredes.

El edificio cuenta con un patio interior que da acceso a la basílica, al museo de la armada y a la tumba de Napoleón. Lo vimos todo, excepto el museo, la verdad es que estábamos cansados de tanto andar (ya os dije que París es la ciudad del dolor de pies y no del amor), un poquito hartos de Napoleón y sus hazañas y no entramos al museo. A la vuelta, cuando lo comentaba con una amiga que estuvo en la capital francesa un par de semanas antes que yo, me decía que nos habíamos perdido una gran maravilla. De modo que os pido, que si lo conocéis me habléis de él, y si no es así, no os dejéis llevar por el cansancio, y visitadlo cuando viajéis a París.

Pero de la tumba de Napoleón, no sólo os puedo hablar, sino que también os la puedo enseñar, aquí la tenéis, un ataúd con un estilo muy, muy, muy…. ¿futurista? ¿o tan sólo extremadamente pomposo? Porque es enorme, de hecho ocupa el centro de una capilla y se puede observar desde el piso superior (donde están entre otros el féretro de nuestro Pepe Botella), o bajando hasta la galería que ocupa y viéndolo desde todos los ángulos posibles.

Bueno, pues después de esto, tomamos el metro y nos vamos camino de Montmartre. Una de las cosas que más me impresionó de la ciudad fue el momento en el que salimos del apeadero, avanzamos por una avenida ancha y de repente giramos hacia una calle estrechita llena de tiendas en las que se vendía de todo, y, al fondo, la basílica del Sacre-Coeur.

El edificio inspirado en la arquitectura romana y bizantina, que se sitúa en lo alto de una colina, se empezó a construir en el siglo XIX, para rendir homenaje a los muertos de la guerra franco-prusiana, pero no se terminó hasta 1919. Pero lo más curioso de la iglesia no es su estupenda apariencia o su interior, sino la cripta que se esconde debajo de ella y que también se puede visitar, se accede a ella desde un callejón bordeando el edificio desde la izquierda. Supongo que muy influenciada por las historias de templarios que tan de moda se han puesto en nuestra literatura, cuando visitaba aquel lugar pensaba en reuniones secretas, ceremonias místicas, planes para recuperar el Santo Grial… (que daño me han hecho esto chorra-libros).Llegar a la basílica es toda una aventura, como habéis visto en las fotos, está en lo alto de la colina y rodeada de escaleras, escaleras y escaleras. Si ya vuestros pies están a punto de estallar y tenéis la suerte de que esté en funcionamiento, pasad de las escaleras y acceder a ella a través del funicular. Nosotros no tuvimos esa suerte y subimos andando, la contrapartida, puedes ir parando para disfrutar de las fabulosas vistas que te ofrece la subida.

Hay que tener cuidado aquí con los muchachos que te regalan pulseras o te hacen juegos de magia, son como las gitanas españolas de Granada o Sevilla que sólo pretenden sacar dinero a los turistas. Así que lo mejor es tener las manos metiditas en los bolsillos.

Una vez arriba podréis disfrutar de un paseo por el barrio de Monmartre: ver su famoso cementerio, de la plaza de Pigale, de sus calles llenas de tiendas y restaurantes… Y si os animáis, visitar le Moulin Rouge. Haced lo que queráis, pero no os acostéis demasiado tarde porque mañana nos vamos a Versalles.

martes, 10 de julio de 2007

La tregua, Mario Benedetti.

Hace unos días os mostraba un poema de Benedetti, "Dactilógrafo". En él, el autor uruguayo, haciendo uso de su experiencia como oficinista antes que escritor, mezclaba con gran maestría dos documentos aparentemente opuestos: una carta comercial y un nostálgico poema en el que recordaba su niñez en las calles de Montevideo. En esa misma temática se sitúa La tregua, que muestra también ese conocimiento del trabajo en una oficina, sin dejar de lado los sentimientos de los que trabajan en ella.

No voy a hacer aquí un estudio académico en el que deje de manifiesto su grandeza como obra literaria y en el que explique cómo, desde su aparición, se convirtió en un clásico de la literatura en lengua española, eso se lo dejo a otros que lo hacen mejor, (aquí tenéis algunos: la estrategia narrativa, el espacio y el tiempo, y alguno más general). Yo me quedo con relataros mis impresiones y sensaciones durante la lectura. Pero si queréis saber qué piensa el autor sobre esta novela, aquí tenéis una interesante entrevista al respecto.

No sé por qué, pero lo cierto es que he tenido el libro en la estantería durante muchos años. Tenía la impresión de que lo había leído en algún momento y que había pasado sin pena ni gloria por mi recuerdo. Pero cuando lo comencé a leer me percaté de que no lo había hecho, porque desde la primera linea me di cuenta de que, de haberlo leído, no se me podría haber olvidado. Porque entre esas páginas y mis sentimientos tuvo lugar una conexión especial que ha hecho que permanezca para siempre en mi corazón. Tras la última media hora de lectura, durante la cual no pude dejar de llorar, comenzaron a temblarme la piernas y no van a dejar de hacerlo hasta que no vacíe mi pecho de emociones en este post.

Los versos de Vicente Huidobro con los que comienza la novela ya dicen mucho de lo que narrará en sus páginas:

"Mi mano derecha es una golondrina
Mi mano izquierda es un ciprés
Mi cabeza por delante es un señor vivo
Y por detrás es un señor muerto."

Y es que esta novela, bajo la forma de un diario, nos muestra los sentimientos más íntimos de Martín Santomé, un montevideano de 49 años al que sólo le quedan unos meses para jubilarse. Viudo desde hace décadas saca adelante a sus tres hijos con su sueldo como oficinista. Atrapado en una vida gris, sin emoción, sin pasión, sin amor...

"Yo tendría que sentirme orgulloso de haber quedado viudo con tres hijos y haber salido adelante. Pero no me siento orgulloso, sino cansado. El orgullo es para cuando se tienen veinte o treinta años. Salir adelante con mis hijos era una obligación, el único escape para que la sociedad no se encarara conmigo y me dedicara la mirada inexorable que se reserva a los padres desalmados. No cabía otra solución y salí adelante. Pero todo fue siempre demasiado obligatorio como para sentirme feliz."


El gris de su vida se tornará un glorioso y luminoso color rosa con la llegada de Laura Avellaneda a la oficina:

"Porque la vida es muchas cosas (trabajo, dinero, suerte, amistad, salud, complicaciones) pero nadie va a negarme que cuando pensamos en esa palabra Vida, cuando decimos, por ejemplo "que nos aferramos a la vida", la estamos asimilando a otra palabra más concreta, más atractiva, más seguramente importante: la estamos asimilando al Placer. Pienso en el placer (cualquier forma de placer) y estoy seguro de que eso es vida."


Pero, al fin y al cabo, el estado de felicidad no es algo perpetuo.

"Yo necesito un Dios con quien dialogar, un Dios en quien pueda buscar amparo, un Dios que me responda cuando lo interrogo, cuando lo ametrallo con mis dudas. Si Dios es la Totalidad, la Gran Coherencia, si Dios es sólo la energía que mantiene vivo el Universo, si es algo tan inconmensurablemente infinito, ¿qué puede importarle de mí, un átomo malamente encaramado a un insignificante piojo de su Reino? No me importa ser un átomo del último piojo de su Reino, pero me importa que Dios esté a mi alcance, me importa asirlo, no con mis manos, claro, ni siquiera con mi razonamiento. Me importa asirlo con mi corazón."


Con un argumento basado en lo cotidiano, con un protagonista de 50 años que lleva una vida de hastío y aburrimiento, con historias normales de personajes normales, con un lenguaje de la calle cargado de lirismo, con la descripción de los sentimientos más cotidianos... este libro ha conseguido llegarme al alma y que entre nosotros se establezca una relación muy especial.

Lleno de anotaciones, de rayajos y de fragmentos subrayados, lo vuelvo a dejar en el lugar que ocupaba en la estantería. Ahora ya sé que lo he leído, y también sé que lo volveré a leer. No porque haya pasado sin pena ni gloria por mis recuerdos, sino porque en las palabras de Santomé siempre encontraré el sentido común que le hace falta al mundo en el que vivimos.

Gracias Mario.

lunes, 9 de julio de 2007

Maná, "Amar es combatir": 30 de junio, Murcia.

Comienza el calor y con él la época de conciertos. Así que os iré contando aquellos a los que vaya acudiendo. El día 30 fui a ver a Maná a Murcia. Es un grupo que me gusta mucho, empecé a escucharlos hace muchos años y los he ido siguiendo desde que apenas eran conocidos en España. Cada dos años, más o menos, se dan una vueltecita por nuestro país, y yo, siempre que puedo, voy a verlos. De modo que es la tercera vez que lo hago, y nunca dejan de sorprenderme. No soy una fan histérica de las que compran el disco el mismo día que sale a la venta, de las que se saben todas las canciones de memoria, de las que se confiesan enamoradas de alguno de los miembros del grupo…; pero, los sigo y disfruto mucho con sus actuaciones.

Bueno, pues os cuento: El concierto tenía lugar en el estadio de fútbol de “La Condomina”, primer problema: los que no vivimos en Murcia no teníamos la menor idea de su existencia, porque todos conocemos “La Nueva Condomina”, pero, ¿quién iba a imaginar que no estaba sobre la vieja? es decir, ¿quién sabia que “La Condomina” sigue existiendo y está en el centro de la ciudad? Nosotros no, así que nos fuimos a “La Condomina” que conocíamos, y allí no había nadie (lógico), la gente llegaba en coche, echaba un vistazo y se largaba, y nosotros alucinados. De modo que decidimos preguntar a unos chicos y estos nos dijeron que, al parecer, nos habíamos equivocado, que había que ir al centro de Murcia. Vale, pero, ¿a dónde? Desorientados, perdidos y muertos de hambre, decidimos seguir a una parejita que salía en coche del parking dirección al concierto. Saltándonos semáforos en rojo, atravesando calles por las que nunca se nos hubiera ocurrido pasar, superando los limites establecidos de velocidad; llegamos a un parking, y, aunque jugamos al disimulo con la pareja que nos había servido de guía, no pudimos evitar aparcar, prácticamente, a su lado. Perfecto, ya estábamos en el centro de Murcia, pero, ¿dónde estaba la puñetera Condomina? Con la falta de sigilo y prudencia que caracterizó nuestra persecución anterior, comenzamos un nuevo seguimiento. Procuramos distanciarnos un poquito de ellos, que parecieron darse cuenta de que los seguíamos y aligeraron el paso, de modo que, en un momento de despiste, los perdimos. Con cuatro indicaciones de amables vecinos murcianos, llegamos a lugar del concierto. Compramos lo que quedaba en una pastelería cercana al recinto que otros hambrientos asistentes al evento habían saqueado antes de nuestra llegada. Y con nuestra bolsa de empanadillas y nuestras cervecitas, nos sentamos en el césped a esperar que comenzara. Charlando, bebiendo, comiendo, fumando… se nos pasó el ratito que nos quedaba hasta la hora de comienzo del concierto, asi que nos levantamos y buscamos un lugar desde el que pudiéramos ver bien, y, ¿a quiénes os imagináis que teníamos delante?, ¡bingo!... a la parejita que veníamos siguiendo. ¡El mundo es un pañuelo!

El concierto fue genial: el directo del grupo es increíble; la vitalidad y la energía que derrochan es sorprendente (sobre todo en el caso del bateria); los juegos de luces, la presencia del fuego y el agua…, alucinantes. En definitiva, Maná sigue en su línea de dar buenos conciertos en los que el público disfruta enormemente y no puede parar de saltar, bailar, gritar…, conciertos capaces, no sólo de hacer que te lo pases muy bien, sino también de emocionarte o de mover tu conciencia hacia loables causas como la lucha contra la pobreza y falta de educación en Hispanoamérica, la comprensión hacia la personas que sufren depresión y piensan en el suicidio, la unión de los pueblos en busca de la paz, la necesidad de libertad y el fin de la represión social, económica o cultural…

No os voy a describir minuciosamente el concierto explicando las canciones que tocaron, narrando las palabras que dijeron, mostrando los efectos y el atrezzo que introdujeron… porque al grupo aún le queda mucha gira por delante, y, si decidís ir a verlos, el “efecto sorpresa” es indispensable para disfrutar más y mejor de un concierto que enfebrecidamente os recomiendo.